Día gris, salpicado por colores de paraguas donde resguardarse. Arroz mojado, pétalos de rosas marchitas, cámaras de vídeo grabando un pedacito de nuestras desventuras,...
… y nosotros fundidos en un sentido beso de amor sincero, sin palabras, y a pesar de que el mundo se derrumbaba, parecíamos decir, te quiero.
A veces la vida te da una tregua o hace que todo cambie cuando ya te habías rendido sin remedio dejándote arrastrar por el destino. Es entonces cuando vuelves a creer en los milagros.
Llegamos al viejo, pero elegante Mercedes, que había adquirido mi padre en sus últimos años, bajo un paraguas. Las flores y guirnaldas que lo decoraban se deshacían poco a poco bajo la lluvia, resbalando sobre el parabrisas y cayendo, destrozadas si remedio, al encharcado suelo.
El pequeño cementerio nos recibió entre sus lápidas.
Una novia de blanco depositó con la mayor de las ternuras el ramo de margaritas bajo tu tumba, ¡te echaba tanto de menos!
Cogidos de la mano salimos, aún bajo la lluvia, hacia no sabíamos dónde.
Llegamos a la Dehesa, y allí estaban todos.
La noche comenzó a dibujar sus estrellas en un cielo de esperanza. La lluvia marchó dejando en la cola blanca de mi vestido trazos de barro y nueva vida que se impregnaron con nuestro baile de inicio.
La gente bailaba bajo una luna recién estrenada, despreocupados de problemas y rutina.
Cestas enormes de dulces típicos paseaban por entre los invitados para saciar de nuevo el hambre a altas horas de la madrugada.
Todos disfrutaron de lo lindo, al menos ese era nuestro deseo.
Y quizá en todos los que sufrieron, se quedó por siempre este recuerdo grabado en sus almas de amor puro y sentimientos verdaderos.
Pintando Palabras
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